sábado, 18 de mayo de 2013

Día 2: Instintos básicos

El primer día ya ha pasado y no ha sido tan difícil. Estuve todo el día ocupado, quizás por eso no me di cuenta del cambio. Intenté mantener mi mente en otras cosas, incluso empecé un nuevo proyecto que, sinceramente, me queda demasiado grande.
Al mediodía nunca tengo problemas: puedo comerme una ensalada de lechuga y tomate y quedarme tan bien. Es a la noche, cuando estoy cansado y el mero hecho de tener que pensar en hacerme la cena me sobrepasa, que me tiemblan las piernas y me dejo llevar. Y si he recibido una mala noticia o no he recibido una buena, el agujero en el que me meto es aún mayor.

Son las ocho menos cuarto de la noche, por ejemplo, he tenido un día normal y, de repente, se me cruza un cable, una imagen pasa por mi mente, me pongo los pantalones si ya estoy en pijama y salgo corriendo al supermercado. Pizza, patatas, fuet, cerveza y un poco de queso (así los sueños serán más interesantes). Soy consciente durante todo el camino, cuando llego al súper y hasta cuando cuando estoy en la línea de caja a punto de pagar una cesta que pesa un montón y que sólo me va a durar esa noche.
Me lo miro, pienso que esos no-alimentos van a estar en mi estómago, sé que cuando acabe de comérmelos voy a sentirme mal, voy a pensar que no lo debería haber hecho. Pero aún así, dejo los productos en la cinta, saco la tarjeta y pum: lo que me podría haber gastado en la comida de una semana se va en una noche.

Una vez asistí a una conferencia titulada (en inglés): "Lo que pasa en el cerebro cuando estamos enamorados". El profesor nos enseñó, entre otras cosas, que cuando te enamoras hay ciertas partes del cerebro que dejan de funcionar, como por ejemplo ciertos campos que controlan el juicio. Por eso, cuando decimos que "hemos perdido el juicio por amor" es acertado. Me gustaría contactar a ese profesor y proponerle que estudie: "¿Qué pasa en el cerebro cuando tenemos glotonería?". Y es que estoy casi seguro que los resultados serán perecidos. Tras un día tirado en el sofá sin hacer nada, la única actividad que hago es para hacer algo que soy consciente que me va a dañar. Tiene que haber una explicación física, no todo se lo podemos delegar a la sicología.

Ayer, cuando esperaba que se hiciera la hora de la cena, Homer Simpson no paraba de comer hamburguesas y otras delicias. "Ahrrgg chocolaaate". Aparté la mirada de inmediato. En la tele siempre están mostrando gente comiendo, a todas horas, incluso la gente delgada se come un pastel entero y no les pasa nada. (Otro tema es que en los anuncios de productos para perder peso nunca nadie lo necesita.)  Claro, supongo que todos esos luego están horas en el gimnasio para quemar todo eso. ¿No sería más fácil promover una dieta equilibrada con el ejemplo? Al igual que ya no fuma la gente en la televisión (o sólo lo hacen los cacos), los personajes deberían, sin ser vanidosos, intentar inculcar a los que los vemos una vida saludable.
Pero claro, supongo que los que los vemos no somos el target de esa 'vida saludable'. Los que los vemos estamos en el sofá, tirados. Los que ya tienen una vida saludable se van a correr por las mañanas. ¿Qué viene antes, la voluntad o la acción?

Siempre he dicho que no tengo fuerza de voluntad. Mis múltiples fracasos lo cercioran. Pero en el tema del deporte, estoy seguro que la culpa no es mía. En el colegio y en el instituto sufrí lo que ahora se llama bullying pero que toda la vida se había llamado acoso escolar. Y en clase de Educación Física o Gimnasia, era peor. Incluso los profesores me maltrataban (y no, lo de que lo hacían para endurecerme no cuela ni sirve, y mucho menos es válido o aceptable). Así que cuando llegué a segundo de bachillerato estaba más contento por dejar atrás la gimnasia que las mates.

Can, Will, Shall!, dicen los ingleses. Puedo, quiero, debo. Podría hacer ejercicio. Querría que me gustase hacer ejercicio. Debería, y eso son palabras mayores, hacer ejercicio. Quizás todo iría mejor. Will see.

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